Siempre me ha atraído la palabra peregrino. Tiene como un áurea especial, el estar en camino hacia tu destino, ese despojarse de lo innecesario, la vulnerabilidad de quien se pone en manos de otro, esa apertura a la relación, su capacidad de maravillarse y contemplar el mundo que le rodea…
Ahora bien, hasta este agosto no la había experimentado tan hondo, hasta este verano lo que era una idea, un deseo, una ilusión, no se había encarnado en mi vida con tanta radicalidad. Será que todo lo que rodea a San Francisco es así: radical, auténtico, desnudo, puro.
El pasado día 12 de agosto nos pusimos en camino ocho frailes amigonianos en dirección a Poppi, en los Apeninos Toscanos, hacia un convento de capuchinos donde durante dos días prepararíamos alma y cuerpo, aunque más bien lo que hicimos fue comer tripas de cordero y alimentar a los mosquitos.
Transcurrido este tiempo de puesta en marcha, donde nos pudimos conocer mejor unos a otros, los tres hermanos de la delegación de Filipinas –Helbert Antong, John Bhe Neduaza y Listher Maragañas– y los cinco de la Provincia Luis Amigó –Jose Vicente Miguel, Jens Anno Müller, Pablo Blasco, David Fuentes y Jorge Cervera–, tras encontrarnos con quien sería nuestro guía sobre el terreno y en el espíritu –Jaime Rey OFMCap–, celebramos misa y conocimos el Santuario del monte La Verna.
Pues bien, de ahí en adelante fueron siete días de caminata y tres de sosiego en Asís. En el camino, la primera parada fue el eremitorio de Cerbaiolo tras una dura jornada de cuestas y ampollas. Continuamos hacia Montagna, donde celebramos la eucaristía en la capilla del Beato Ranieri dal Borgo. Al día siguiente partimos a Montecasale, después Pietralunga, Gubbio, Valfabbrica y Assisi. Concluimos la última jornada en coche de vuelta a Roma visitando tres santuarios del valle del Rieti: la Foresta, Fonte Colombo y Greccio. Caminos, reflexiones, comidas y eucaristías completan el paquete.
No puedo resumir lo que hemos vivido, pero puedo decir que ha sido precioso. No lo digo por adornar el artículo o quedar bien, lo digo porque me encantaría que todos los hermanos pudieran vivir y compartir este tipo de experiencias.
Es condensar en dos semanas la esencia de nuestra consagración. Es ahondar en nuestras raíces carismáticas, descubriendo la poesía de la creación, la bondad de Dios, nuestra propia sensibilidad. Es reconocer y experimentar que necesitamos de los demás, que queremos depender de los hermanos, que amamos la fraternidad. Es reconocer nuestros miedos, desear desprendernos de lo inútil y es abrazar la cruz hasta entregar la propia vida.
Imagino que cada uno de nosotros ha vuelto con sus ideas, sensaciones y recuerdos personales. Yo vuelvo consciente de que soy bueno, de que quiero servir a los demás y de que Dios está conmigo y, sin embargo, mirando a los perpetuos, todo eso me dice más bien poco. Es más, si mis anhelos fueran amar a Dios y hacer el bien, no tomaría los votos.
Vuelvo perdidamente enamorado de mis hermanos, deseando vivir en la armonía de las diferencias, del diálogo, de la complementariedad, del tiempo compartido, de las confrontaciones, la desilusión y la esperanza. Vuelvo consciente de las dificultades, la brecha generacional, los arraigos, las comodidades asentadas, las heridas que anhelan soledad.
Con todo, vuelvo a mi porciúncula, la Provincia Luis Amigó, el hogar que me vio crecer y que me ha acompañado en el camino con la ilusión puesta en el presente, en Dios, en nosotros. Ahora seguiré peregrinando, en Dos Hermanas eso sí, con un fardo menos pesado, pues gracias a Dios he podido despojarme de un tiránico eslabón de la cadena, un pedacito de ego, de individualidad, de mí mismo. Espero que cada uno de nosotros se ponga una vez más en camino, mejor hoy que mañana, hacia una provincia cada día más itinerante, desprendida, interdependiente, generosa, valiente, disponible, orante, eclesial, embarrada y auténtica.
Para ver el álbum de fotos de la peregrinación a Asís, pinche aquí.
Fray Jorge Iván Cervera Serrano