El silencio: Ejercicios espirituales en Suesa

Ora et Labora. Así resumiría nuestra experiencia de ocho días en la hospedería monástica de las Hermanas Trinitarias. Fue el pasado 22 de julio cuando fray Jorge, fray Listher, fray Roberto y yo llegamos a su monasterio en Suesa (Cantabria). Estaba anocheciendo y nos recibió el silencio fascinante del lugar. Ya pude oler el aroma de la serenidad, nos iba a esperar otra semana interesante en un entorno completamente nuevo.

Nuestro día siempre comenzó asistiendo a la oración del amanecer de las monjas a las 6:30 de la mañana, que inició con tres tonos ligeros producidos por una campana tibetana tipo “Tingsha”, que resonaba en todo el oratorio simbolizando la presencia de la Trinidad y ayudando a la mente de las personas a concentrarse. Los salmos los cantábamos acompañados por los relajantes sonidos de la lira. La oración del amanecer ​concluyó con una danza contemplativa que expresaba la gratitud por el nuevo día.

Tras la oración, dimos un paseo de veinte minutos por el campo antes de participar en el “Qi Gong”, una antigua forma de ejercicio chino que combina el movimiento consciente, los ejercicios de respiración y la meditación. A las 8:30 asistimos a la celebración eucarística y rezamos las laudes. A continuación, desayunamos en silencio.

A las 10:30 el enorme portón amarillo junto al monasterio se abrió para nosotros. Detrás de él había un vasto campo de árboles, cultivos y plantas en flor. La zona se transformó entonces en un campo de batalla para un combate de tres horas entre nosotros y la imponente hierba. Además de cosechar patatas y fruta en el campo, también trabajamos en la casa de una familia ucraniana. Les ayudamos a raspar la pintura suelta de la pared y a pintar la casa de blanco.

La comida se sirvió a las 13:45, en silencio, pero con música clásica de fondo, principalmente piezas de Beethoven y Tchaikovsky. La mayor parte de la comida provenía del huerto de las monjas y se cultiva de forma ecológica y sostenible. Después de la comida tuvimos una hora de descanso. Luego continuamos con nuestra formación espiritual impartida por las Hermanas Trinitarias, María José y María. La formación se centraba principalmente en temas de la oración, la meditación y el valor del silencio. También profundizamos en cómo nuestros sentidos, especialmente la mirada y el oído, se convierten en una puerta de entrada a nuestra interioridad.

María José nos enseñó cómo conectar con nuestro interior y tener una meditación más profunda a través de la postura adecuada, la respiración, la posición de las manos y la creación de un mantra. Nos preguntó cuánto sabemos de nosotros mismos. Luego nos pidió que diéramos las características de cada hermano y que contáramos nuestras propias características distintivas.

María, por su parte, nos mostró varios iconos y nos permitió examinarlos antes de explicarnos su significado teológico y su aplicación a nuestra vida cotidiana. También nos asignó una actividad en la que debíamos centrar nuestra atención durante ocho minutos en los ojos de nuestro hermano. Hizo hincapié en la importancia de ver las cosas como las ve Dios. Tras la formación, nos dio tiempo para reflexionar sobre la naturaleza, las imágenes y algunos de los pasajes bíblicos de los que habíamos hablado.

Volvimos a la capilla a las 19:30 para la oración de la tarde. Fue vibrante e impactante, ya que las monjas cantan bien y la mayoría de ellas sabe tocar diferentes instrumentos musicales como el violonchelo, la lira, la guitarra, el órgano y el laúd. Esto hace que las vísperas sean más animadas y significativas. Después de las vísperas servimos nosotros la cena y comimos juntos en silencio. Así participamos activamente en el funcionamiento de la casa de huéspedes. Todos pusimos y limpiamos la mesa, lavamos los platos y barrimos y fregamos el comedor. Concluimos el día con la oración nocturna a las 22 horas.

Personalmente, este retiro me infundió esperanza. Estos ejercicios no me han devuelto la claridad, ni la motivación o inspiración que tenía antes en otros momentos de mi vida, y que me parecía que los había perdido, pero sí que estos ejercicios han llenado de nuevo mi depósito de esperanza. Hemos aprendido mucho de esta experiencia de silencio. Nos ha enseñado a comunicarnos con la naturaleza a través de nuestros ojos y a escuchar a los demás con más empatía. Porque la mayoría de las heridas de hoy ya no son visibles, y ninguna venda puede curarlas mágicamente. A veces, el único remedio es escuchar y comprender a la otra persona con el corazón.

En nuestros momentos de silencio, hemos descubierto no sólo la soledad, sino que nuestro ser interior nos habla. Aprendimos a hacer una pausa en medio de los movimientos de la vida, lo que nos ayudó a vernos y entendernos mejor a nosotros mismos, así como a la forma en que estamos conectados con las personas y el mundo que nos rodea. Empezamos a darnos cuenta de que, independientemente de dónde nos encontremos, de lo alto que hayamos subido o de lo lejos que hayamos viajado, siempre habrá un espacio amplio para continuar nuestro viaje.

Por John Bhe Neduaza

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