Sobre el P. Camilo, el P. Deusa y Fr. Horacio

Por Eugenia Fernández

Decir adios cuesta porque tenemos el sentimiento a flor de piel y puede que nos embargue cierta tristeza saber que no le volveremos a ver, a escuchar, a sentir. Sin embargo, está la esperanza, esa que da sentido a la vida y que, como señala Gabriel Marcel, nos llena de “cautividad, paciencia y disponibilidad” para no empañar la alegría del trabajo bien hecho y continuar con el mismo, aún con más energía, poniendo en práctica lo aprendido en cada caso, cada minuto, cada día.

Tanto el P. Camilo Aristu, como el P. José Deusa y como Fr. José Horacio Gutiérrez han sido escuelas en la vida laboral, personal y espiritual de cada uno de los que, de una u otra manera, hemos estado cerca.

El P. Camilo Aristu nos llenó de fe, de saber estar preparados para ir hacia el Señor; de no perder la alegría y de no tener miedo a ese camino desconocido y misterioso. Nos queda su sonrisa, su disposición, su “aquí estoy Señor, hágase su voluntad”.

El P. José Deusa plasmó en cada uno de nosotros su amor por la música, su exigencia por el trabajo bien hecho; su sonrisa y disposición para participar en todo lo que se le proponía, sin hacer mella en sus dificultades.

Fr. Horacio Gutiérrez nos llenó de sencillez, humildad, de sabios silencios; su refugio pintando mandalas nos enseñó paciencia y armonía con la naturaleza y el entorno que él tanto amaba. Tampoco perdía la sonrisa ni las ganas de hacerlo todo por el mismo.

Todo con ellos ha sido aprendizaje y crecimiento; no vamos a negar que ha habido dificultades; pero todas las vencen el buen hacer, el cariño y la entrega; la vocación de servicio que hay en cada uno de nosotros.

Tanto el P. Camilo, como el P. Deusa y Fr. Horacio ya no están fisicamente con nosotros; se han ido a la Casa del Padre, pero nos dejan llenos de alegría y agradecimiento porque hemos caminado a su lado y nos hemos enriquecido mutuamente.

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Salmo 22)

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