Por Noelia García
Tras más de 38 años en Filipinas, Fr. Luis Ortiz volvía a España el pasado mes de abril para pasar a formar parte de nuestra Provincia Luis Amigó, donde ha pasado a integrar la comunidad de la Colonia San Vicente Ferrer de Burjassot (Valencia).
Natural de Santo Domingo de la Calzada, en pleno Camino de Santiago riojano, su padre falleció cuando él era muy pequeño, por lo que junto a su madre y sus hermanos se trasladó a Amurrio (Álava). Allí, instalados en una casa muy próxima a la Casa del Salvador (el “Refor”), veía pasear a los religiosos de la comunidad junto a los jóvenes que allí atendían.
Su madre, que trabajó en el centro, no dudó en matricularle en las escuelas profesionales cuando abrió sus puertas a estudiantes externos. Y así, recién cumplidos los 18, “vocación tardía por aquel entonces” como bien apunta, decidió solicitar la entrada en la Congregación. “Para mí, la vocación amigoniana es vivir desviviéndose por los demás, especialmente por aquellos a los que el Señor nos envía”, añade.
Y durante sus años formativos, desde el postulantado hasta la profesión perpetua, comenzó ya esa vida itinerante que lo llevaría hasta Filipinas muchos años después. Desde la Casa del Buen Pastor de Zaragoza al Colegio P. Luis Amigó de Pamplona, para regresar a Zaragoza para realizar allí sus estudios de maestría industrial. De ahí a Lujua para hacer las prácticas pedagógicas en San José Obrero y terminar sus años de formación en la Casa Jesús Redentor de Almería.
Y así, cuando el Gobierno General puso en marcha la idea de fundar en Filipinas, fue invitado por el P. General para ir allí. “Acepté la invitación sin saber y sin pensar para cuan gran empresa y responsabilidad había sido escogido”, reconoce. Tenía por entonces 30 años y su vida daba un vuelco en un país con otra lengua, otras costumbres y otra comida: “Era como volver a la niñez, en donde todo había de aprenderlo de nuevo”.
Un 5 de marzo de 1986 llegaba Fr. Luis Ortiz a Filipinas. “Llegué con una mochila llena de un bagaje aprendido en otro lugar, con unas vivencias muy válidas para el lugar de donde procedía. Y pensaba, quizá como otros misioneros, en lo que iba a dar allí. Y, sin embargo, me equivoqué, porque han sido ellos los que han dado sentido a mi vida consagrada y misionera”, subraya.
No niega que los inicios fueron difíciles. “Lo grande de ser misionero en el mundo es que te das cuenta de la pequeñez de tu ser, pero ahí está la grandeza de la Madre Providencia, que trabaja a través de muchas personas y organizaciones que te hacen la vida más fácil”, apunta. Pero tras tantos años allí, ha visto cómo ha crecido el carisma amigoniano: “La Congregación sigue creciendo en número de religiosos y de obras. El carisma se ha ido adaptando a la idiosincrasia y a las formas del pueblo filipino, de acuerdo a lo que la sociedad nos ha ido pidiendo en cada momento, pero siempre seguirá siendo el carisma que nos ofreció nuestro P. Fundador”.
Echando la vista atrás, reconoce que su apostolado allí ha sido un regalo para su vida: “Han sido 38 años llenos de alegrías, de altibajos, de dolores producidos por amor. Pero, al mismo tiempo, han sido muchos años dedicados a los niños, niñas y jóvenes más necesitados junto a muchas personas entregadas, hermanos religiosos y muchos voluntarios y voluntarias, dedicados a nuestro carisma y trabajando juntos para alimentar los sueños y esperanzas del pueblo filipino y acompañándolos, junto a sus muchas capacidades, para hacer de este mundo un mundo mejor”.
“Pensé que una forma de fortalecer la Delegación de Asia era salir para que otros tomen el relevo y continúen con el legado de nuestro P. Fundador. Tenemos que crecer y yo no era más importante que cualquier otro hermano de la Delegación, pero quizás sí podía ser más absorbente. Dejarlo no significa ser débil, sino que eres fuerte para dejar ir a otra persona”, sostiene ante la decisión de dejar Filipinas y volver a España.
“Agradezco a mis hermanos aquí su aceptación y recibimiento. Espero y deseo no ser una carga para ellos y, dentro de mis posibilidades y capacidades, poder estar al servicio de la comunidad y de la Congregación hasta que las fuerzas me lo permitan”, concluye.